viernes, 14 de agosto de 2009

MEDITACIONES SOBRE EL SILENCIO



Supongamos que fue el silencio.

Diríamos que todos así lo quisieron.

Es más,

los marxistas dirían que el silencio es histórico,

Karl Popper no podría debatir sobre él,

diría que es totalitario

- enemigo de la sociedad libre -.

Lihn lo tomaría

y lo haría el pulso vital de su discurso.

En Chile sería peor,

entre olvido y pactos lamentables

sería la batalla por hacerlo culpable,

Borges ya lo habría entendido probablemente,

con el Aleph bajo la escalera

todo puede entenderse de una buena vez y para siempre.

Mientras tanto,

en todas partes

las micros lo agradecerían,

su chofer podría tener un buen sexo

al llegar a su hogar,

mi madre entregada en el sofá, todo el día,

pensaría si sus hijos se encuentran bien, a pesar de todo.

Supongamos que fue el silencio entonces.

El que con su densa telaraña

envolvió el instante

en que debía robarse el beso al amante,

y la luna se hizo visible

y la botella a medias el mejor aliado.

Supongamos que fue el silencio entonces.

El que llenó la poesía con lugares comunes

y la vida de los desterrados

fue aplastada para siempre de su escenario puro.

Supongamos que el silencio

levantó los Jardines Babilónicos

y las Catedrales Latinoamericanas en su honor

- cada Dios es un silencio aparte –

y que derramó la témpera surrealista

hacia todos los confines del arte,

secándola,

terminando el rock and roll para siempre.


Supongamos entonces

que el silencio danza continuamente,

con la densidad propia

del mar Pacífico Sur,

y que apretando su aglutinada barriga

encontramos toda nuestra vida en cuenta regresiva.

Pues asumamos

que el silencio levanta su corona en la nada,

asumamos entonces

que la muerte,

desde el fondo no percibido de la escena,

se avecina a pasos desesperados

desde el último faro,

junto a la última ola

que como un corazón levantado

se desvanece en el último grito

de aquel perro callejero

que agoniza entre todo esta basura.